REFLEXIÓN PARA DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO (Job 7, 1-4. 6-7; Sal 146; 1Cor 9, 16-19. 22-23; Mc 1, 29-39)
Desde el comienzo
del ministerio de Jesús se nos invita a contemplar como, por debajo de toda su
actividad, la oración nutre su existencia entera. En el evangelio de hoy se
concentran, en una siempre frase, toda una serie de apreciaciones sobre la
oración de Jesús muy importantes para nuestra vida de fe. Dice así: “Muy de
mañana, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó y se fue a un lugar
apartado para orar”.
La oración de
Jesús se realiza al levantar el día, cuando todavía la mirada no permite ver la
realidad pues esta está dominada aun por la oscuridad. Más allá de la
indicación física, se muestra aquí el lugar propio de la oración en la que la
relación del mundo (y nuestra) con Dios está envuelta siempre en una oscuridad más
o menos densa. Ahora bien, la misma oración define esa oscuridad como
perecedera o relativa, pues orienta la vida hacia el sol que viene, hacia el
mismo Dios que, sin ser perceptible aún, está llegando con su luminosidad
creativa. De esta manera, la oración de Jesús es siempre un signo de su
confianza en Dios como sobreabundancia de vida, un signo de resurrección. Y
esto incluso en sus horas más oscuras, como en Getsemaní.
La oración es siempre
fruto de la confianza, y es esa confianza en el futuro del Dios que viene, y
que ya está asomando en muchos gestos, la que infunde fuerzas para afrontar la
vida. Por eso dice el texto que Jesús se “levantó” en medio de la oscuridad. Se
trata de un término que luego se utilizará para hablar de su resurrección:
‘Dios lo levantó de entre los muertos’. Así pues, seguramente no se levanta
para orar, sino que es la oración la que atrae sus fuerzas para levantarse en
medio de la oscuridad y poder ofrecer luego el amor que Dios ha puesto en él y que
en este mundo parece no ser capaz, como la luz en medio de la noche, de hacerse
fuerte.
Pero es
necesario distanciarse de un mundo que nos dice que no nos levantemos hasta
medio día. Es necesario ir a ese lugar apartado donde, liberados de los
susurros del sueño, podemos oír aquella voz maternal que dice: “Ya es hora de
despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que
cuando creímos” (Rom 13,11).
Orar es siempre
anunciar el futuro de Dios y, de esta manera, dejar que este futuro vaya
habitándonos, liberándonos del peso muerto de nuestras oscuridades, y dándonos
fuerzas para vivir entregando la vida que Dios nos ha dado sabiendo que,
guardada en Dios, nunca la perderemos.
Pintura de Rose Datoc Dall
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