DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Am 7,12-15; Sal 84, 9-14; Ef 1, 3-14; Mc 6, 7-13)
“En mi casa se hace lo que yo digo y si no te gusta ahí tienes la
puerta”. Esta es la lógica que rige el mundo. Lógica de los que tienen la
sartén por el mango, sean pequeños o grandes, sabios o ignorantes. Se trata de
una lógica que tiende a dominar todos los ámbitos de la vida: el hogar
familiar, el trabajo, las asociaciones, la parroquia. Nadie queremos ser puestos
en entredicho, nadie queremos palabras o gestos que nos contraríen y que nos obliguen
a afrontar que nuestra vida necesita conversión. Además, cuantas más cosas
tengamos que ocultarnos a nosotros mismos y a los demás, con mayor beligerancia
pronunciamos este “déjame en paz”.
Esto es lo que sucede hoy entre Amasías, sacerdote del templo real, y
el profeta Amós. El sacerdote viene a decirle: “Ya sé que eres un profeta, pero
si te quedas aquí, en este templo, en este reino, te amoldas a la vida que
llevamos. Y si no ya vas andando, si no quieres tener problemas”.
Pero Amós, como todos los profetas, como el mismo Jesús, no ha venido
a traer la paz, sino la guerra. Entendámonos: no ha venido a apoyar esa paz que
encubre nuestras miserias y en la que nos amoldamos unos a otros: “tú no dices
nada de mí y yo no lo digo de ti”. Él ha sido llamado a profetizar, lo mismo
que luego los discípulos: a afrontar la lucha con los espíritus inmundos que
nos habitan y que manejan nuestras relaciones y nuestra sociedad, y Dios, el
verdadero Dios se convierta en fuente de vida para todos.
Es importante que aprendamos a reconocer a estos espíritus inmundos,
aunque nos cueste, porque forman parte de nuestra propia vida que no quiere
demasiados problemas. Es importante, en este sentido, aprender, de la mano de
Jesús, que el evangelio no coincide con el orden social, que no coincide con el
bienestar personal, aunque no los niegue sin más.
Es importante que aprendamos a sacudirnos el polvo de este mundo que,
con tanta facilidad, se nos pega a los pies. Es importante que, aunque sea
retorciéndonos, dejemos que Dios saque de nuestro corazón el demonio de la
pereza que no quiere saber lo que hay para no tener que vivir con verdad. Solo
así podremos proclamar el evangelio de Dios y no el evangelio de nuestro mundo.
Pintura de Geoffrey Johnson, "Gold Line"
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