DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Hch 4, 33; 5, 12. 27-33; Sal 66, 2-8; 12, 2; 2Cor 4,7-15; Mt 20, 20-28)

Hoy Jesús interrumpe el movimiento natural de una mujer que quiere lo mejor para sus hijos, y también el deseo de los hijos que se esconde detrás de esta petición. “¿Qué deseas?”, pregunta Jesús a la madre y, a través de ella a los hijos; y también a todos los discípulos, cuyo enfado no consigue esconder las luchas de poder y relevancia que existen entre ellos. 

El caminar junto a Jesús (el pertenecer a su Iglesia) no significa que ya estemos en su estela, que ya tengamos sus sentimientos o vivamos de sus mismos deseos y de su misma lógica. Demasiadas veces lo olvidamos y por eso en la Iglesia, en nosotros mismos, el nombre de Jesús se ve tantas veces mezclado con la vida del diablo. Esto es lo que revela la pregunta de Jesús.

Es bueno reconocer que siempre hay un punto de tensión en la relación entre Dios y los seres humanos, ya que el deseo de nuestro corazón se deja seducir fácilmente por promesas de vida a corto plazo (tal y como se muestra en el relato de la serpiente en el paraíso) y le cuesta confiar en el camino largo y esforzado que propone Dios, el único que da a luz la vida verdadera.

Seguir a Jesús supone dejar que él modele nuestros deseos, aceptar de continuo beber del cáliz que nos ofrece. A medida que bebemos del deseo de Jesús (vivir para servir y rescatar a muchos) y lo hacemos nuestro, nuestra vida, como la suya, va expandiéndose hacia los demás y se va haciendo fecunda. Ahora bien, Jesús no engaña, lo mismo que el carbono debe someterse a una presión y una temperatura que parece casi destruirlo antes de convertirlo en diamante, nuestra vida debe someterse para ser fecunda a la cruz del amor. Hemos de apurar el cáliz del Señor, un cáliz en el que se mezclan dulzura y amargor sin posible separación.

Una parte importante de nuestra oración consiste en dejar que Jesús nos saque de nuestros escondites con sus preguntas: “¿Qué deseas?”, dice hoy. Y es que si obedecemos a nuestros primeros impulsos o a los impulsos que pone la sociedad en nuestro corazón antes que a él nunca aparecerá la piedra preciosa que somos y que Dios quiere utilizar para adornar la nueva y definitiva Jerusalén, el mundo nuevo de la vida plena.

Pintura de Dinah Roe Kendall

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