DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Ex 16, 2-4.12-15; Sal 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54; Ef 4, 17. 20-24; Jn 6, 24-35)

Frente a los hombres y mujeres que lo buscan, Jesús dice con una aparente falta de sensibilidad: “En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Dicho de otra manera: “No queréis ver lo que realmente os ofrezco, solo pensáis en que os resuelva los problemas cotidianos de la vida”. Esta frase cobra aún más fuerza cuando de continuo nos presentamos ante el crucificado de nuestras iglesias y, sin ver las heridas de su vida, no hacemos más que pedir soluciones para nuestros problemas. Valdría hoy meditar el poema En esta tarde, Cristo del Calvario, de Gabriela Mistral.  

En cualquier caso, en este fragmento Jesús no condena nuestras súplicas, porque su compasión conoce y comprende el peso de nuestros sufrimientos. Sin embargo, nos invita a ir más allá; nos invita a preocuparnos, sobre todo, de sacar de nuestra vida la verdad que lleva dentro y hacerlo incluso en medio de las dificultades del camino. Como dice hoy la carta a los Efesios, nos invita a “revestirnos de una nueva condición humana creada a imagen de Dios”, para que nuestra existencia revele su santidad y su justicia: su amor y misericordia, su preocupación por los pobres y dolientes; para que nuestra vida, más allá de sus cargas, pueda expresar la alegría del amor dado y recibido, las riquezas que Dios reparte cuando se vive una vida en común.

En algunos momentos nos sucederá, como a los israelitas en el desierto, que nuestra boca y nuestro corazón se nos llenará de quejas y murmuraciones, lo importante es que también en estas situaciones podamos recibir la vida de Cristo como ellos recibieron el maná. “¿Qué es esto?”, se preguntaron, pues no parecía nada consistente para ayudarles en su situación de necesidad.  Sin embargo, cuando alimentamos de Cristo cada uno de nuestros pasos comienza a nacer la Vida que no conoce ocaso.

Es a Él al que pedimos, junto con lo necesario para caminar, cuando decimos: Danos hoy nuestro pan de cada día.

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