SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS (CICLO C) (Núm 6, 22-27; Sal 66; Gál 4, 4-7; Lc 2, 16-21)

Cuando San Pablo bajó a Belén como los pastores, como los creyentes de todos los tiempos, para contemplar lo que había oído, también él volvió contando lo que había escuchado en su corazón: “Ya no era esclavo de la ley”. Curiosa reflexión la que ofrece a los gálatas después de haberla guardado meditativamente en su corazón como María.

¿Qué les estaba diciendo? Todos vivimos sujetos a la ley, a leyes-plantillas por las cuales nos reconocemos como dignos de nuestro ser, de la vida social o de la vida ante el Señor. A veces estas leyes son preceptos dados por el mismo Dios, otras los hemos creado los hombres, pero finalmente parecen terminar estrechando nuestra vida porque las vivimos como un juicio de valor: Si cumples vales, si no no. Y terminamos o bien mirando a los demás por encima del hombro o despreciándonos a nosotros mismos. 

Pero Pablo “vio y creyó”. Vio en ese niño al Hijo de Dios que se presentaba entre los que estaban fuera de la ley y los acogía en torno a sí, como hacía con los pastores llenando su vida de una luz nueva con la que mirarse. Y así creyó que antes de la ley está el amor, que antes y después de la ley está el espíritu filial que respiraba Jesús, un Espíritu con el que nos contagiaba alegría de vivir incluso si teníamos de qué arrepentirnos.  

Mientras pensaba todas estas cosas, Pablo miraba a María y, aun sin poder explicarlo, iba comprendiendo que en esa mujer que sostenía un niño entre sus brazos se reflejaba el brillo eterno de la bendición de Dios.



Pintura de ARCABAS. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA CELDA. Jornada pro orantibus - 2023

Los ángeles de la noche (cuento de Navidad)