DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Is 6, 1-8; Sal 137, 1-8; 1Cor 15, 1-11; Lc 5, 1-11)

Después del “Hoy se ha cumplido” de estos dos domingos pasados, el evangelio que se nos proclama este domingo explicita este hoy como un tiempo amplio que quiere abrazar a todos. Por eso Jesús se dirige a una muchedumbre indiscriminada. Habla al deseo que busca y no se conforma con lo dado adaptándose a la mediocridad; a los anhelos del corazón que, suscitados por los impulsos de la vida, parecen no hallar un nido fecundo que los colme; a las aspiraciones que necesitan encontrar un camino que las sitúe como espacios de humanización. Por eso, es fácil reconocernos en esa muchedumbre que escucha .
En este camino en el que Jesús quiere cruzarse con el de todos nunca está solo, parece necesitarnos para que demos cuerpo a sus palabras y a sus gestos, y de esta manera pueda extender de tú a tú, en la vida cotidiana, su halo de vida y misericordia. Por eso, a Pedro le pide su barca, para que haga de ella un lugar de expresión de su presencia. Vemos entonces cómo el Señor solo nos pide lo que somos para ser él mismo en su sobreabundancia de vida.
Cuando lo hacemos, cuando le dejamos espacio para que se mezcle con el fluir de nuestra vida, al confiarnos a ser nosotros mismos en él, comprobamos hasta qué punto estamos lejos de la verdadera vida, hasta qué punto estamos deformados por una especie de anti-vida que nos tiene presos. Así lo experimentaron Isaías, Pablo y Pedro, que hoy vemos asustarse de su propio ser. Pero no hay miedo que valga frente a un Dios que no viene a hacer nido en árboles perfectos, sino a fecundar las raíces de lo que somos para que en su expresión alcancen a dar frutos de vida eterna.


Pintura de Francisco Borboa, Jesús predica desde una barca

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