DOMINGO VIII DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C FIESTA DE PENTECOSTES (Hch 2, 1-11; Sal 103; 1Cor 12, 3b-7.12-13; Jn 20, 19-23)

Nada aparece sin más, de repente, como si no hubiera algo que lo trae hasta la existencia poco a poco. Incluso lo que nosotros, los creyentes, llamamos creación de la nada, aparece en los relatos del Génesis como un acontecimiento lento en el que la acción de Dios va llamando a las cosas a la existencia. Así todo lo que es y puede ser, lo es viniendo a ser, como comprobamos cuando aprendemos a tocar un instrumento, cuando estudiamos un idioma o cuando queremos poner en forma nuestro cuerpo. Además, parecería como si todo estuviera ya ahí, pero necesitara un impulso interior y exterior para acontecer, para venir a la vida, para llegar a sí mismo.

Pues bien, hablar del Espíritu Santo no es, en primer lugar, hablar de sus dones excepcionales, sino de esa presencia escondida del aliento divino que impulsando la realidad desde su interior la dirige a sí misma; un aliento unido a todo lo que en la vida es vida que se está haciendo, que se está encaminando hacia su mejor versión, aunque sea a tientas.

Por eso, podríamos hablar del Espíritu antes del Espíritu, cuando todavía no se ve. Hoy, por ejemplo, la Palabra de Dios nos dice que los discípulos estaban reunidos, juntos, cuando aún no se puede hablar de la comunión que produce. Sin embargo, quiero pensar que el Espíritu ya la está llamando, suscitando, antes del impulso final. Y lo mismo se podría decir de la afirmación “Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’, sino es por el Espíritu Santo”, porque no es extraño que ya antes de confesarlo abiertamente uno se sienta atraído por las formas de la vida de Jesús, incluso sin conocerla, y se sienta por eso inclinado a mirarla con buenos ojos.

Y esto es lo que nos da esperanza, que cuando aún no vemos la plenitud de la vida que Dios busca crear con nosotros, incluso cuando parecemos estar varados en tiempos y espacios muertos, su Aliento sigue trabajando y enseñándonos el camino a través de un movimiento quizá lento, pero fiel.


Pintura de Lisa Shirk, Día primero

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