Renovar el mundo sin renovarnos o el mito de la piedra filosofal
Esto es, encontrar la piedra filosofal. Esa piedra buscada durante siglos porque tenía la propiedad de convertir los metales en oro o plata. ¡Magnífico si existiera!, o quizá no. Pero no existe, es solo una leyenda, un cuento que también nuestra cultura ha acogido con credulidad bajo otros nombres.
Y es que los seres humanos tenemos tendencia a soñar despiertos, a imaginar atajos imposibles para no aceptar la realidad y no recorrer los caminos que nos impone, querámoslo o no, la vida. Algunos dicen: “quiero un puesto de trabajo donde haya poco que hacer y se gane mucho”; la mayoría queremos políticos que resuelvan los problemas sin que tengamos que mover un dedo; o pedimos una Iglesia convertida sin plantearnos cómo convertirnos personalmente. Y como este deseo está tan arraigado en nuestro corazón, siempre hay gente dispuesta a aprovecharse vendiéndonos lo que sabe que no existe, pero estamos dispuestos a comprar.
Digo esto pensando, por ejemplo, en
que para ayudar a Ucrania en estos momentos o a otros países, es necesario
bajar nuestros niveles de vida y crecimiento, soportar entre todos el peso que
suponen las medidas de embargo a Rusia, y compartir más entre nosotros, sobre
todo los que más tienen. Porque si no aceptamos que ayudar supone sacrificios terminaremos,
como es fácil de comprobar en nuestra historia personal y social, haciendo
pactos escondidos con el mal y aceptando situaciones injustas porque nos
benefician.
Lo digo pensando también en que si
queremos una Iglesia mejor hemos de implicarnos en ella sufriendo sus defectos,
pero sobre todo sufriendo el rechazo que los verdaderos creyentes siempre reciben
del mundo e incluso de la Iglesia. Porque más allá de que la Iglesia cambié
esta o aquella ley que parece obsoleta, lo verdaderamente difícil de aceptar de
la Iglesia es el evangelio. Y siempre es más fácil creer que podría haber una
Iglesia aceptable y aceptada si sus dirigentes cambiaran ciertas cosas y vivir la
inercia de un cristianismo confortable, que luchar contra uno mismo para dejar
nacer el evangelio en sí.
Los cristianos deberíamos saber, ya
que celebramos y contemplamos de continuo el misterio pascual de Cristo, que en
la vida la plenitud siempre pasa por el trance del conflicto, del sufrimiento y
de la muerte. Por eso, la verdadera piedra filosofal, la única real que conoce
el cristiano es la vida misma de Cristo, que no transforma la realidad con un
simple contacto superficial, sino a través de una comunión de vida, de un
contacto sustancial. Por eso hablamos en la eucaristía de transustanciación. En
ella el pan se deja hacer en las manos de Cristo y es entonces cuando, sin
dejar de ser lo mismo, alcanza una plenitud inesperada, haciendo presente la
misma vida de Dios que se da. De la misma manera, solo cuando nuestra vida se
deja habitar por el Espíritu de Cristo nuestra pobreza se convierte en riqueza
para todos, y la debilidad encuentra una esperanza de plenitud que da señales
de vida en el amor con el que nos sostenemos mutuamente. Todo lo demás son
cuentos.
Pintura de Cobia Czajkoski. La piedra filosofal
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