DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Am 8,4-7; Sal 112, 1-8; 1Tim 2,1-8; Lc 11,1-13)

Astucia. No para esquivar el Evangelio con justificaciones sacadas incluso de la palabra de Dios. No. Astucia, por el contrario, para atravesar el territorio de la vida sorteando las trampas del pecado que nos rodean y que están sembradas también en nuestro interior. Astucia vestida de atención, humildad y coraje.

Esto es lo que nos plantea el Evangelio de este domingo invitándonos a afrontar las posibilidades y las limitaciones de la vida a la luz de la presencia de Dios, como hijos de la luz que no se dejan envolver por las sombras para sumarse el banquete de la superficialidad, la indiferencia y el cinismo del mundo.

Astucia para advertir las trampas con las que el mal nos roba la preocupación de estar a la altura de nosotros mismos según la medida de Dios para nosotros.

Astucia para caminar en medio de las tentaciones y astucia para saber que en su terreno apenas resistiremos unos pasos sin ser envueltos por la atracción de sus susurros, y, por tanto, astucia para retirarnos humildes de su ámbito de influencia.

Astucia para sacar a la luz el veneno escondido que poseen los excesos del mundo que tanto nos atraen, y lucidez para reconocer con honestidad que realmente nos atraen cuando quieren hacernos creer que somos inmunes a su seducción para que bajemos las defensas.

Inteligencia para comprender que el sentimiento de soledad y de fracaso que acompaña por momentos nuestra fe forman parte del camino. Y astucia para no dejar que lo utilice el Tentador y nos haga creer que estamos desperdiciando nuestra vida en el camino del Señor.

Y astucia, inteligencia para descubrir que, detrás de los brillos con que se viste el príncipe de este mundo, su reino, al contrario del de Dios, es un agujero negro que antes o después nos devora en su misma voracidad insolidaria.

Pintura de Jean Davies. 


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