DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Sab 11,22-12, 2; Sal 144,1-2.8-9.10-11.13cd-14; 2Tes 1,11-2, 2; Lc 19,1-10)

En el evangelio de este domingo Jesús le dice a Zaqueo: “Es necesario que hoy me quede en tu casa”. Es extraña esta forma de hablar, “es necesario”. La misma fórmula la había utilizado Jesús un poco antes hablando de su subida a Jerusalén cuando dice: “es necesario que el hijo del hombre sufra mucho y sea rechazado [...] que lo maten y resucite al tercer día”.

Quizá la entrada en la casa de Zaqueo, en los dominios internos de una vida que se ha vivido al margen y contra la ley de Dios, y la subida a Jerusalén, centro socio-político y religioso donde la presencia de Dios es dominada idolátricamente por los dirigentes del pueblo, sean una misma cosa.  

En los dos casos Jesús entra en la boca del lobo, en los espacios de un mundo arrebatado a Dios para reconquistarlo aun a costa de sufrir críticas en un caso y la muerte en otro. En ambos, a costa de ser rechazado. A la vez, en ambos casos, se anuncia la victoria final del que no se deja vencer por el mal, sino que “vence al mal a fuerza de bien”.

Se me ocurre que el evangelio de hoy nos invita a dejar entrar a Jesús en aquellos lugares donde no queremos que Dios se inmiscuya en nuestra vida, en los territorios de esos pecados o formas de vida que hemos renunciado a evangelizar. Jesús acepta tomar la posición de expulsado de nuestra vida y desde allí nos habla, llama a la puerta, para regenerar nuestro interior.

La pregunta que hoy pudiéramos hacernos es: ¿Cuál es esa parte de nuestra vida desde la que preferimos mirar de lejos a Jesús y a la que “es necesario” que él entre para traer consigo nuestra salvación?


Pintura de Maria Laughlin, Zaqueo.

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