MÁS ALLÁ DEL DIOS SILVESTRE


Dios aparece, incluso en los que no creen en él, como una idea dada. Todos tenemos una idea de quién es y cómo es. Esta idea inmediata nace en nosotros como un dios silvestre, sometido a las fuerzas imaginativas de nuestros sentimientos y de nuestros deseos. Y tanto unos como otros no son siempre y sin más acertados y buenos. Por eso, la imagen que desde ellos se forma no siempre define la verdadera sustancia de Dios. Demasiadas veces la imagen de Dios responde a nuestras maneras dominantes y excluyentes de ejercer el poder o a nuestros miedos a ser traídos y llevados sin respeto ni compasión por las fuerzas insensibles de la vida o las leyes arbitrarias de la naturaleza. ¡Qué terribles imágenes de Dios nacen al identificar estas realidades con su vida y su voluntad! Pero también, ¡cuántas imágenes blandas e insustanciales nos acompañan!

Dios que siempre está ahí, espera, sin embargo, ser cultivado en nuestra vida para mostrarse tal cual es. Y el que nos ayuda a cultivarlo, a que tome su forma real es Cristo. Por eso, sólo cuando trabajamos nuestra relación con Dios a partir de la vida de Jesús, luchando con los sentimientos y las ideas que nos vienen espontáneas del fondo no convertido de la nuestra, Dios se muestra tal cual es: como la bendición originaria y permanente de nuestra vida, como la promesa de que esta no será nunca abandonada, como exigencia máxima que lleva nuestra vida a su mejor versión.


Pinturas de Caitlin Connolly. 

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