DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO (Job 7, 1-4. 6-7; Sal 146; 1Cor 9, 16-19. 22-23; Mc 1, 29-39)

El movimiento de Jesús que marca el evangelio de hoy indica que Jesús no va a ningún sitio a quedarse allí, y, por tanto, que no viene a ningún sitio para que nos quedemos en él. Da la sensación de que está siempre de paso dejando señales del lugar a donde se dirige. Los que le escuchan y reciben su bendición intentan retenerle (como hará al final de su trayecto María Magdalena), pero Jesús está de camino, es el camino, y es importante que todos lo comprendan para que no se queden (para que no nos quedemos) pensando que viene a añadir unos bienes a esta vida de bienes (y carencias), un poco más de salud y amistad a esta vida de salud y amistad (y enfermedades y demonios).

Jesús, como vemos hoy, después de sembrar su bendición, se recoge en Dios para seguir caminando hacia Él, para llevar todo hacia Él. Y, por eso, los discípulos que van a buscarlo, porque la gente lo busca, deberán aprender a vivir caminando con él hacia la vida verdadera, y a sembrar semillas de vida y a recogerse en Dios como él, para no ser tragados por la inmediatez y sus deseos siempre mortales.

El discípulo debe aprender a soportar el peso del camino, sus dolores y sus demonios, que de vez en cuando se atemperan de la mano de Jesús, pero que no serán vencidos hasta el último día. Mientras tanto, la fe (y su oración), el amor (y sus gestos de entrega) y la esperanza (y su persistente resistencia) serán la marca de la salvación. 


Pintura de Janelle Susan. 

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