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Mostrando entradas de junio, 2024

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Sab 1, 13-15; 2, 23-24; Sal 29, 2-13; 2Cor 8, 7.9.13-15; Mc 5, 21-43)

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No les fue fácil comprender a los discípulos qué eran los milagros, qué quería Jesús decir con ellos. No lo era porque al dolor que nos causa el sufrimiento no le gusta pensar, solo quiere gustar el bienestar. Por eso, habitualmente ellos y las gentes que le rodeaban solo buscaban arreglos concretos para la vida. Jesús, sin embargo, con sus acciones quería dejar signos de una vida que Dios ha sembrado y está haciendo nacer en el mundo, y cuyo fruto solo puede realizarse atravesando la historia, a veces tan oscura y dura, de los días de nuestra vida. Despierta  (verbo  egeiro  en griego), le dice Jesús a la niña, como nos dice a nosotros. Y la niña se levantó (verbo  anístemi , en griego) inmediatamente, como quiere que hagamos nosotros. El texto nos muestra que de la mano de Cristo y con la fuerza de su palabra evangélica podemos atravesar todas las muertes que pesan sobre nosotros y entrar en una vida llena solo de vida. De hecho, estos verbos son los que van a utilizar los evangelis

EN EL DÍA DE MI 57 CUMPLEAÑOS (27 de junio). GRACIAS.

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DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO (Jb 38, 1.8-11; Sal 106, 23-31; 2Cor 5, 14-17; Mc 4, 35-41)

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¿Por qué tenemos que ir a la otra orilla? ¿Qué es la otra orilla? En el evangelio de hoy todo sucede bajo este mandato de Jesús: “Vamos a la otra orilla”. ¿Es a la tierra de los diferentes, de los paganos?, ¿o es a otro tiempo y a otra forma de ser porque en esta ya dimos de sí lo que teníamos que dar? En esta orilla parece haber tierra firme, en la otra quizá también, aunque no es claro y, además, entre ambas habitualmente hay una tormenta que asusta. Esto es lo que pasa siempre con el evangelio. Ser cristiano no consiste en atrapar a Jesús en nuestra orilla, es ir con él, según su voluntad, a otra tierra que se mostrará igual de fecunda a la ya conocida o incluso más, si ponemos nuestra confianza en él. Y esto solo se aprende de camino, juntos, sintiendo que muchas veces nos ahogamos al pasar de un lado a otro, de la orilla de nuestras ideas y comportamientos ya fijados a los de Jesús, siempre por fijar en lo profundo de nuestro corazón y en la superficie de nuestras palabras y a

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO (Ez 17, 22-24; Sal 91, 2-16; 2Cor 5, 6-10; Mc 4, 26-34)

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¿Sigue diciéndonos algo la parábola de la semilla de mostaza, ella misma tan pequeña y tan inmensamente sugerente? ¿Sigue hablándonos de Dios y del espacio de su acción? A mí me habla de un Dios pequeño, muy pequeño. Un Dios que se empequeñece hasta el límite para enterrarse en nuestro mundo y fecundarlo con su presencia. Un Dios cuya pequeñez puede llamarse discreción, cercanía interior, íntima que hace su trabajo para que el barro de su creación se llene de vida. Un Dios que está sin llamar la atención más que a aquellos que saben reconocer el don esparcido de su fecundidad. A mí me habla de un Dios grande, muy grande. Un Dios que se ensancha hasta el límite para acoger incluso lo que parece no caber en él. Un Dios cuya grandeza puede llamarse hospitalidad, apertura interior, íntima de su ser que tiene lugar para que la vitalidad y el cansancio, la alegría y la tristeza, la vida y la muerte quepan en su ser encontrando descanso, consuelo y plenitud. Una grandeza que está ahí como un

CÓMO PODREMOS ESCONDERNOS (Poema-comentario a Gn 3,8-15)

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DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO. (Gen 3, 9-15; Sal 129, 1-8; 2Cor 4, 13-5, 1; Mc 3, 20-35)

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No basta estar en el sitio donde hay que estar, es necesario dejarse conformar por él. Por eso, no basta estar en un concierto para disfrutar de la música, hay que consentir a su armonía, confiar en ella y dejarse llevar; no basta estar en la universidad para aprender, es necesario dejarse envolver por la pasión por conocer, por entender y hacer que el esfuerzo se acompase al asombro ante una realidad que siempre es más grande y está llena de posibilidades nuevas. Bastan estos ejemplos que todos podríamos ensanchar. Esta es la razón por la que no fue suficiente haber pertenecido al judaísmo o a la familia de Jesús para recibirle, para impregnarse de la bendición de su presencia, de su palabra y de su acción evangelizadora, para acabar dentro del Reino de Dios. Era necesario acompasarse a sus formas, redefiniendo la manera de mirar, sentir y actuar (lo cual no significó siempre cambiar muchas cosas, pero sí aprender a situarlas mejor). En el evangelio de hoy vemos que ni su familia

FIESTA DEL CORPUS CHRISTI (Ex 24, 3-8; Sal 115, 12-18; Hb 9, 11-15; Mc 14, 12-16. 22-26)

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“Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras del Señor”, dice el libro del Éxodo. Baja como un sherpa sube a la montaña, cargando con lo que necesitan los que quieren llegar a las cumbres del Himalaya. Baja cargando con una palabra que necesita ser vivida para alcanzar la altura de humanidad que Dios quiere para su pueblo y para toda la humanidad. Dios está allí, en esa palabra que debe guiar los pasos, configurar los sentimientos y alimentar la voluntad de los que buscan la tierra prometida, ese lugar que nos llama desde lo más profundo de nuestro interior y que nos mueve como mueve a las aves migratorias la llamada de la vida. Allí está Dios en ese lugar donde se encuentran el deseo de vida con el que nos creó y la palabra que nos dirige para que lo podamos hacer carne en el mundo. Con estas palabras Dios nos ha ofrecido una tienda donde reunirnos, donde descansar, donde reconocernos, donde volver de continuo a nosotros mismos, donde intuir la forma de nuestra plenitud. Estas