FIESTA DEL CORPUS CHRISTI (Ex 24, 3-8; Sal 115, 12-18; Hb 9, 11-15; Mc 14, 12-16. 22-26)

“Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras del Señor”, dice el libro del Éxodo. Baja como un sherpa sube a la montaña, cargando con lo que necesitan los que quieren llegar a las cumbres del Himalaya. Baja cargando con una palabra que necesita ser vivida para alcanzar la altura de humanidad que Dios quiere para su pueblo y para toda la humanidad.
Dios está allí, en esa palabra que debe guiar los pasos, configurar los sentimientos y alimentar la voluntad de los que buscan la tierra prometida, ese lugar que nos llama desde lo más profundo de nuestro interior y que nos mueve como mueve a las aves migratorias la llamada de la vida. Allí está Dios en ese lugar donde se encuentran el deseo de vida con el que nos creó y la palabra que nos dirige para que lo podamos hacer carne en el mundo.
Con estas palabras Dios nos ha ofrecido una tienda donde reunirnos, donde descansar, donde reconocernos, donde volver de continuo a nosotros mismos, donde intuir la forma de nuestra plenitud.
Estas palabras con las que siempre está inclinado hacia nuestra vida han revelado en Cristo su verdadera densidad. Porque no eran sino expresión de su Palabra eterna, de la forma de su Hijo unigénito, que se ha terminado por inclinar él mismo, que ha bajado del Monte de la eternidad de Dios, para caminar con nuestra vida y para llenarla de la suya. “Tomad, comed”, en este alimento, que es mi vida, llega el reino de amor para la vuestra.
Pero antes de comer, hemos de asombrarnos. Porque esto no es normal, porque esto es excesivo, porque si no lo hacemos no alcanzaremos a ver que allí está nuestra salvación.


Pintura de ARCABAS. Emaús.

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