DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO. (Gen 3, 9-15; Sal 129, 1-8; 2Cor 4, 13-5, 1; Mc 3, 20-35)
No basta estar
en el sitio donde hay que estar, es necesario dejarse conformar por él. Por eso,
no basta estar en un concierto para disfrutar de la música, hay que consentir a
su armonía, confiar en ella y dejarse llevar; no basta estar en la universidad
para aprender, es necesario dejarse envolver por la pasión por conocer, por
entender y hacer que el esfuerzo se acompase al asombro ante una realidad que
siempre es más grande y está llena de posibilidades nuevas. Bastan estos
ejemplos que todos podríamos ensanchar.
Esta es la razón
por la que no fue suficiente haber pertenecido al judaísmo o a la familia de
Jesús para recibirle, para impregnarse de la bendición de su presencia, de su
palabra y de su acción evangelizadora, para acabar dentro del Reino de Dios.
Era necesario acompasarse a sus formas, redefiniendo la manera de mirar, sentir
y actuar (lo cual no significó siempre cambiar muchas cosas, pero sí aprender a
situarlas mejor).
En el evangelio
de hoy vemos que ni su familia ni los líderes del judaísmo le entendieron, cuando
parecería que eran ellos los mejor situados para hacerlo. Y esto me hace pensar
que no basta estar en la Iglesia, es necesario dejarse conformar por la palabra
de Jesús, por sus sentimientos. La pregunta de Jesús: “¿Quiénes son mi madre y
mis hermanos?”, es una llamada permanente a los cristianos porque no es oro todo lo que reluce ni siquiera
en la Iglesia y, a veces, lo que reluce, como en tiempos de Jesús, puede llegar
a tener el brillo mismo de Luzbel.
Pintura de Jorge Cocco, Jesús predicando.
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