DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO (Jb 38, 1.8-11; Sal 106, 23-31; 2Cor 5, 14-17; Mc 4, 35-41)
¿Por qué tenemos
que ir a la otra orilla? ¿Qué es la otra orilla? En el evangelio de hoy todo
sucede bajo este mandato de Jesús: “Vamos a la otra orilla”. ¿Es a la tierra de
los diferentes, de los paganos?, ¿o es a otro tiempo y a otra forma de ser
porque en esta ya dimos de sí lo que teníamos que dar?
En esta orilla parece
haber tierra firme, en la otra quizá también, aunque no es claro y, además, entre
ambas habitualmente hay una tormenta que asusta. Esto es lo que pasa siempre
con el evangelio. Ser cristiano no consiste en atrapar a Jesús en nuestra
orilla, es ir con él, según su voluntad, a otra tierra que se mostrará igual de
fecunda a la ya conocida o incluso más, si ponemos nuestra confianza en él. Y
esto solo se aprende de camino, juntos, sintiendo que muchas veces nos ahogamos
al pasar de un lado a otro, de la orilla de nuestras ideas y comportamientos ya
fijados a los de Jesús, siempre por fijar en lo profundo de nuestro corazón y
en la superficie de nuestras palabras y acciones.
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