DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO (Pro 9, 1-6; Sal 33, 2-3.10-15; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58)
“¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. Esto es lo que se
preguntan los que se enfrentaban a Jesús porque creían que estaba suplantando a
Dios y ofreciéndoles su vida como salvación. Sin embargo, su pregunta denota
que han entendido bien, pues eso mismo es lo que ofrecía Jesús. Me temo que los
cristianos, por el contrario, demasiadas veces estamos de parte de Jesús sin
haber comprendido del todo, sin percibir que es él mismos quien se nos da para
habitarnos y revivificar todo lo que somos. Y la razón, creo, es que no es claro
que queramos que lo haga.
En la doxología que culmina la liturgia eucarística decimos: “Por Cristo,
con él y en él…”, y todos respondemos “Amén”. Un amén la mayor parte de las
veces tan débil exteriormente como interiormente. No es una cuestión de tenerlo
que decir con una vida sin tacha, ¿cuántos lo podrían decir entonces?, sino de
decirlo con un deseo y una entrega real al haber comprendido que solo en su
evangelio está la vida plena. Es decir, después de haber comprendido que su
amor por nosotros es excesivo hasta manifestarse como perdón cuando le
crucificamos en nuestras relaciones; que su mirada está atenta al don que es la
vida misma y todo lo que en ella nos sostiene y que, por eso, su corazón es
pura gratitud, y atenta igualmente a la voz de los que le rodean sin retirar el
oído de las súplicas de ayuda que ocupándolo todo están continuamente acalladas
en nuestro interior; que en su corazón habita una bondad que no se deja
contagiar por ningún mal; que su vida está entregada al futuro de Dios en
confianza, por más que las tinieblas opriman su presente por fuera y, en
ocasiones, por dentro. Y que solo ahí y de esta manera está Dios con y para nosotros.
Me temo que demasiadas
veces, preferimos celebrar nuestras tradiciones religiosas aturdidos y
emborrachados por un mundo que ya no es cristiano. Pero, de esta manera, poco a
poco, el Señor va siendo desactivado en la vida de los discípulos que él eligió
(nosotros) que parecen no tener ya muchas ganas de serlo.
Pintura de Roy de Maistre, Emaús.
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