Mañana de Corpus. Apócrifo Habían venido de Jerusalén, de la herrería más famosa de todas las que estaban dispersas por las ciudades estado de aquella zona. Saúl no se conformaba con ser el señor de Israel, el más alto y fuerte, quería hacer brillar su poder, aparecer revestido de una luz divina y por eso trajo a aquellos artesanos que convertían el metal de la tierra en vestidos de luz y fuerza. Después de dos largos meses le entregaron la coraza esperada. Henchido de orgullo, convocó al pueblo en el palacio que había construido en Gabaón y, vestido de la presencia que le daba aquella armadura, salió a la terraza a saludar a todos, o más bien a que todos le saludaran a él. Les pareció que el cuerpo de Saúl se había trasfigurado cuando la luz del sol reposó sobre él. Sin embargo, en aquel mismo momento se le encogió el corazón cuando le comunicaron que el enemigo estaba frente a las murallas de la ciudad. Un enemigo mucho más...
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