DOMINGO IV DEL TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C (Jos 5,9-12; Sal 33,2-7; 2Cor 5,17-21; Lc 15,1-3.11-32)
¿Qué pasa cuando se nos mueve Dios de sitio?
¿De qué sitio? No importa,
simplemente del sitio donde le habíamos colocado como propio, del sitio en el
que creíamos que estaba y de la forma que creíamos que tenía. Esto pasa cuando
hemos hecho de Dios una parte de nuestra vida, colocándole donde y en la forma
en que se adapta a lo que ya somos, ya pensamos y ya hacemos; con alguna
exigencia que otra, pero siempre tan envueltas en su misericordia que lo que
nos pide realmente termina sin ser una exigencia real. En esta posición en la
que le tenemos, lo rodeamos con sus palabras favoritas. Palabras como justicia,
misericordia, padre, juez, cielos, maestro, pero todas, como decía Frank
Sinatra My way, es decir, pronunciadas a nuestra manera.
Pues bien, cuando se mueve Dios de sitio, lo que pasa es que quedamos desconcertados y no sabemos muy bien a qué atenernos ni cómo reaccionar. Esto es lo que sucede al hijo menor de la parábola de hoy, que llevaba su discurso preparado para una imagen de Dios que tenía en su corazón y se encuentra con otra; y también al hermano mayor al que le pasaba lo mismo, que tenía una imagen similar de Dios, pero pensada desde otra posición de vida, y no comprende y se enfada seriamente porque el padre no está obrando bien. ¡Madre mía! Vamos, que la misma imagen de Dios era distinta para uno y para otro, y terminaba separando a ambos del único Dios verdadero.
Y lo que sucede con su imagen pasa igualmente con su posición. A veces no está en el que parecería su sitio, en los hombres llamados a vivir con Él (como el hijo mayor) que lo encubren con sus juicios y pecados, otras veces está donde la vida no parecería tener sitio para Él (como en el hermano menor), con quien hace fiesta, porque al dejarse amar pueden ver perdonado su pecado, y aprenden así el camino verdadero hacia Dios, que no es otro que el amor.
Y es que para conocer la forma y el lugar de Dios solo queda recogerse en la posición del que cuenta la parábola y aprender a mirar y sentir con él. A veces los ojos se nos llenarán de lágrimas, otras la boca de cantares. En cualquier caso, por caminos pedregosos o en alas de águila, con él llegaremos a dejarnos encontrar por Dios. Lo demás es seguir adorando a nuestros pequeños diosecillos particulares, aunque lo hagamos en la Iglesia y con ritos verdaderos.
Pintura de Kenneth Blom
Gracias
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