DOMINGO II DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C (Hch 5,12-16; Sal 117; Apoc 1,9-11a.12-13.17-19; Jn 20, 19-31)

El estribillo de una conocida canción infantil dice: “¿Dónde están las llaves?, matarile, rile, rile…”. Es la respuesta a tres afirmaciones que suenan con la misma música: “Yo tengo un castillo – En el fondo del mar – Quien irá a buscarlas”. El tono alegre de la canción queda preso en un bucle repetitivo a la espera de que se pudiera concluir con algo más que un “Se acabó. No hay llaves ni castillo que valgan”, y un eco cínico le diga a nuestro corazón: “Te toca vivir fuera del castillo, matarile, rile, rile”.

¿Significa algo esta canción? Hoy, en la lectura del libro del Apocalipsis, Juan recibe una revelación en la que alguien al que no ve le dice: “No temas. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo”.

No hay nadie que no haya sentido en su interior un anhelo de vida plena, una esperanza vinculada a las experiencias del amor, del trabajo bien hecho, de la belleza… Y es que, bajo la forma compacta de nuestro mundo rocoso, todos llevamos un foco irradiante de vida que, sin embargo, nunca terminamos de apropiarnos. “No hay más cera que la que arde”, dicen algunos entonces. Y si esto fuera falso; y si tuviera razón la intuición de nuestro corazón; y si, como decía santa Teresa, no estamos vacíos, sino que somos un castillo que hay que conquistar, a pesar de tantos abismos en los que parece ahogarse la vida siempre. Pero, ¿dónde están las llaves de ese castillo?

El evangelio de hoy nos presenta la experiencia de Tomás. Él había sentido junto a Jesús esa especie de paraíso que buscamos, pero la muerte de Jesús le sumió en una melancolía escéptica. Sin embargo, parece seguir preguntándose: “¿Dónde están las llaves?”. Lo hace junto a otros que dicen haber encontrado al que bajando al infierno (al “fondo del mar”) ha abierto el camino del paraíso definitivo. Es ahí, justo al no desesperar de la búsqueda, al no dejarse atrapar por una visión pragmática y vulgar del mundo, donde es encontrado y se le revela que el paraíso realmente existe y que está guardado en el corazón mismo de Cristo, en la eternidad de su vida divina.

Jesús nos busca siempre en la vida concreta con sus anhelos concretos, en el lugar de esa intuición de vida plena que siempre buscamos porque estamos hechos como parte de un paraíso hecho de verdad, belleza y bondad. Eso es lo que dejó ver Jesús en su vida terrena y lo que su vida eterna puede despertar y cumplir en nosotros como hizo en Tomás.


Pintura de Sjef Hutschemakers, Cristo y Tomás.

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