DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Sab 18, 6-9; Sal 32,1.12.18-19.20.22; Hb 11,1-2.8-19; Lc 12,32-48)

Quizá sea la avaricia la plaga más mortal que asola nuestro mundo desde el principio. La avaricia como deseo de posesión que nunca se conforma con nada, por más que tenga. El virus de la avaricia es el miedo. Miedo a no ser, a no tener vida, a no sostenernos en ella. Miedo a nuestra pequeñez y a nuestra limitación.
Por eso, Jesús empieza el evangelio de hoy con la invitación a no tener miedo: “No temáis, pequeño rebaño”, porque el miedo es el fondo oscuro de nuestra vida, el lugar donde habita y se genera “el lado oscuro de la fuerza”, que dirían los seguidores de La guerra de las galaxias, aquella tiniebla que puede absorber nuestros mejores dones.
El deseo de bienes responde a la necesidad de no dejar espacios vacíos que nos recuerden que somos limitados y que no podemos sostenernos a nosotros mismos. Y esto solo se cura con la confianza en que hay quien nos sostiene, no solo en el espacio cerrado y limitado del tiempo de nuestra vida, sino en la raíz de nuestro ser; con la confianza de que estamos creados para la vida, una vida que se nos regala y que solo podemos recibir y compartir. Por eso, el mismo Jesús, para que superemos el miedo, nos dice: “Porque vuestro Padre ha querido daros el Reino”, es decir, que la vida que ahora vemos limitada está destinada a cumplirse de forma total en el don de una vida compartida donde nada falte y nada sobre sin que haga falta apropiarnos de ello. El evangelio nos invita a ir haciendo real esta experiencia compartiendo nuestros bienes, vivir no para sostenernos a costa de lo que sea, sino para compartirnos creando a nuestro alrededor espacios de vida confiada, libre y feliz.  
Desgraciadamente, la codicia nos habita más de lo que pensamos. Parece que vivamos solo para vivir y la vida se midiera al peso de ‘tiempo y placeres’, como si esto pudiera anular nuestra pequeñez mortal. Por eso, cada vez que el Señor se deja caer por el mundo ve a tantos dedicados “a comer y beber y a golpear a sus hermanos”, como dice la parábola.
Los cristianos hemos sido llamados a testificar otro Reino, el Reino de vida de Dios, y por eso debiéramos dejar de parecernos tanto a la cultura en la que hemos nacido y a la que servimos más de lo que creemos con nuestra forma de vida avariciosa y compulsiva, porque esta forma de vida es solo muerte encubierta. 

Imagen de Zima Angela, Sueños bajo el sol, de una colección del mismo tema creada digitalmente. La imagen me lleva a recordar la predicación de Jesús sobre los pájaros del cielo. Aquí la mujer parece haberse contagiado de su alegría y libertad y quiere dejarse llevar por la ligereza que da no apegarse a las cosas. Recuerdo igualmente la pintura de Matisse, La danza, en la que cinco figuras desnudas danzan en corro, creo que la imagen define mejor la alegría de la vida que aquella otra del tío Gilito aislándose en una habitación cerrada para contar su dinero. En esas cinco figuras queda definida una humanidad liberada de la angustia por los bienes y el control de la vida.

 

 





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