DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Eclo 1,2; 2,21-23; Sal 89, 3-6.12-14.17; Col 3,1-5.9-11; Lc 12,13-21)
En
1735 Antonio Vivaldi puso música a un texto antiguo titulado Nulla in mundo pax sincera, que podría traducirse
libremente como Todo en el mundo es engañoso. Es ciertamente paradójico
porque el motete habla de cómo el brillo del mundo tiene fuerza para ocultar su
sabor a muerte, pero no para vencerla, poniéndonos en guardia también frente a
su propia belleza. que apunta a algo distinto del él como en un espejo.
En
el evangelio de hoy se habla de esta sensación que los seres humanos tenemos
ante las riquezas del mundo. Se habla de los bienes materiales, aunque podríamos
aplicarlo también a las personas y la atracción que sentimos ante ellas. Percibimos
el poder de vida de las cosas y queremos apropiarnos de ellas, sentimos el
valor de los otros y queremos apoderarnos de él, pero cuando lo hacemos vemos
que no tienen vida en sí mismos, sino que solo reflejan fugazmente algo más
profundo que no puede ser dominado.
La
envidia y la codicia de la que nos habla el evangelio de hoy describe muy bien este
sentimiento de búsqueda de plenitud que el hombre lleva consigo siempre y el
fracaso que supone buscarlo por apropiación.
El
evangelio viene a decirnos que el vacío que encontramos en nosotros mismos es
una llamada a encontrarnos con algo mayor, con Dios mismo y con su amor que
está en el fondo de las cosas y de las personas, y que es lo que las hace
luminosas. Ahora bien, este vacío debe aprender a vivir vacío, es decir, en
amor. Vivir en el vacío del amor es vivir sabiendo que no podemos apropiarnos
del don que nos dan las cosas y las personas, que solo podemos disfrutarlo a
través de la acogida agradecida de su ser. Por otra parte, vivir sabiendo igualmente
que cuando más nos vaciamos para que otros puedan gozar de la vida más anchas se
hacen la paz y la plenitud de nuestra vida.
Pero
todo esto requiere la fe en Dios y en su futuro de eternidad viva para nosotros.
Requiere confiar en un Dios que ha creado todo para que refleje y entregue su
amor, pero al precio caro de vivir en ese mismo amor. Otra forma, la de la apropiación
y el consumo, incluso si parece sostenernos en éxtasis de vida, no es más que el
caldo del cultivo de una angustia de muerte, aunque la sociedad lo esconda.
Pintura de David Ericson. Veo representado en este cuadro la ligereza y la alegría de la sencillez. El personaje no tiene más posesión que su vestido sencillo que la reviste de la libertad y la alegría de los pájaros del cielo, como dice el evangelio. Sus pies tocan el suelo con la ligereza de quien no se apega al mundo. Sus manos hacia arriba hacen coincidir la alegría del baile con la oración de gratitud. Todo ello apunta a una vida que sabe recibir el mundo y la vida sin codicia, que sabe vivir sus riquezas en libertad y alegría.
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