DOMINGO XXXI. CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS. CICLO C (2Mc 7,1-2.9-14; Sal 16,.5-6-8-15; 2Tes 2,16-3, 5; Lc 20,27-38)
De pequeños somos traídos y llevados, somos acogidos, alimentados, vestidos, sostenidos… y todo pasa con una naturalidad que nadie pone en tela de juicio que esto es lo normal. Pero un día queremos ser nosotros mismos por nosotros mismos y ese mismo día empiezan los problemas. Necesitamos tener una identidad no solo recibida, sino también hecha por nuestras propias cualidades y valores; necesitamos saber que somos valiosos por nosotros mismos y, por eso, nos separamos a los demás y les decimos que nosotros no somos ellos y que podemos pensar y decidir y hacer sin depender de ellos. Y, siendo esto necesario, olvidamos (y este es el problema), que podemos y debemos serlo con ellos, desde ellos y para ellos. Es aquí donde la muerte se hace fuerte, donde nos sale al encuentro porque nos visita en cada una de las cosas que no dominamos, que necesitamos que sean y que no podemos hacer que lo sean. Y solo nos queda decidirnos a confiar y volver a dejarnos vestir por el afecto y el servicio de...