Durante la semana que precede al primer domingo de adviento el evangelio de la misa ha descrito la plenitud caótica de un mundo en manos de sí mismo: de su finitud torpe y agresiva, de su historia injusta y violenta, de su soledad y sus angustias (Lc 21). Hoy al inicio del adviento la palabra de Dios afirma, como una buena noticia, apenas creíble: “En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor y hacia él confluirán todos los pueblos”.
¿Quién, creyente o no, no ha esperado esta ciudad donde la finitud, el mal y la soledad angustiada se difuminen? Quizá el recuerdo que hace Jesús de los tiempos de Noé en el evangelio de hoy sea una invitación a abrir los ojos a esta situación que siempre acompaña a la humanidad y de la que intentamos escapamos habitualmente a base de las distracciones que terminan por dejarnos a la intemperie, desnudos ante la inevitable verdad del mundo tal y como es.
El
adviento nos anuncia que hay un espacio para cimentar una vida justa, compartida,
con sentido, alegre, eterna… y ese espacio es la vida misma de Jesús, tierra
acogedora y arca de salvación para todos. Como en tiempos de Noé somos
invitados a salir de este paradójico sopor exuberante con el que vestimos
nuestra vida de su propia nada. Quizá detrás de todos los excesos (luces,
fiestas, comidas, regalos) no haya solo una huida, sino también un anhelo al
que no sabemos dar forma y, de esta manera, sean una forma de gritar nuestra
impotencia para vivir esa belleza y alegría en la simplicidad de la vida
cotidiana. Pero, ¿y si pudiera alcanzar la paz, la reconciliación, la belleza
en lo cotidiano? Esta es la esperanza a la que somos llamados en el adviento.
Pero el anuncio es claro: Solo Cristo trae la Navidad, solo Cristo trae el
nacimiento glorioso de un mundo en plenitud. Y solo entregándonos a él iremos
vislumbrando las señales de esta tierra que es la vida de Dios para nosotros.
Pintura: En
esta miniatura del s. XVI que ilustra el libro La ciudad de Dios de san Agustín, se representa cómo el mundo que
se separa de Dios y de sus formas (y, por tanto, no solo en lo que se refiere a
la fe confesada explícitamente) termina siempre por ahogarse en sí mismo. Por
otra parte. la voluntad de Dios se dibuja como una barca de salvación para una
familia nueva, la que está constituida por Noé, el hombre justo, que ahora
sabemos que es Cristo. Él nos busca para que le busquemos con la fe y con las
obras, quizá en esto consista el adviento, en prepararnos para que un día
aparezca la tierra firme de la eternidad y nos descubramos llenos de una vida
transida de luz y de paz, de belleza y de verdad, de alegría y de gloria, la
vida misma de Cristo en nosotros.
Comentarios
Publicar un comentario