DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A (1Re 3, 5.7-12; Sal 118, 57.72.76-77.127-128.129-130; Rom 8, 28-30; Mt 13, 44-52)
Mateo dedica el capítulo 13 de su evangelio a las parábolas del Reino. Las reúne todas y las va cosiendo con pequeñas reflexiones sobre la dificultad de su comprensión. Varias veces, como hoy, pregunta Jesús: “¿Habéis entendido?”. En otros momentos afirma: “El que tenga oídos que oiga”. A veces explica en privado su significado y en el límite afirma: “Oiréis, pero no entenderéis”.
Hay algo que parece escaparse a los que piensan que Jesús cuenta parábolas para hacer más sencillo su mensaje. La verdad es que las cuenta porque en ellas la comprensión no se da cuando se saca una moraleja de ellas. La verdadera comprensión se da cuando uno se decide a participar en la trama que ofrecen, es decir, la comprensión es práctica, sitúa en una nueva forma de ver y actuar la vida.
Por eso, en la parábola del evangelio de hoy la cuestión de fondo es
si hemos comprendido que en Jesús está el verdadero valor de la vida, y sabemos
que esto es real si nos hemos decidido a medirlo vivirlo todo en relación a sus
palabras y sus gestos. Y es necesario no engañarse, porque ya desde el inicio
de la Iglesia se abre una tentación que todavía hoy nos acompaña: admirar la
vida de Cristo más que seguirla, discutirla o defenderla más que vivida, e
incluso comprar y dominar el campo donde se esconde (el llamado clericalismo) más
que desenterrar su presencia para hacerla dar fruto para todos.
“¿Habéis entendido todo esto? -dijo Jesús-, y nosotros contestamos: …”
Pintura de Mike Moyers, Jesús enseñando.
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