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Mostrando entradas de julio, 2025

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Gn 18, 20-32; Sal 137, 1-8; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13)

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¿No tenían los salmos para rezar los discípulos? Sí. Y, ¿no son los salmos la oración que fue poniendo el Dios en el corazón de su pueblo para que aprendiera a dirigirse a Él? Sí. Y, entonces, ¿qué quieren decir los discípulos cuando le piden a Jesús que les enseñe a rezar? Jesús no va a añadir una oración más a los salmos, la más importante, diríamos los cristianos. No, lo que necesitaban y siguen necesitando los salmos es un corazón puro que los sepa pronunciar delante de la verdad última de Dios. Y es esto lo que nos ofrece Jesús en el padrenuestro. Nos da su posición delante de Dios, la posición filial que Dios mismo ha preparado desde siempre en su Hijo para nosotros. Nos da el deseo último que tiene que llevar toda oración, pida lo que pida o alabe como alabe: que el Reino de Dios se realice, que la creación alcance la forma paradisiaca que siempre pensó Dios para ella y que solo aparece en la forma de ser de Jesús. Nos da el plural en el que nos concibió Dios y del que cuando no...

Memoria de María Magdalena (Jn 20, 11.18)

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DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Gn 18, 1-10a; Sal 14, 2-5 ; Col 1,24-28; Lc 10, 38-42)

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¿Para qué sirve Dios? Antes de nada, para arrancarnos de nuestras idolatrías, para que no adoremos la obra de nuestras manos como si en ella estuviera el poder de la vida, de la alegría y del sentido, y así ahoguemos nuestra humanidad. Muchas cosas hacemos cada uno de nosotros y muchas de ellas muy buenas, pero, como dice el libro del Eclesiastés, después de examinar los trabajos de los hombres: “Comprendí que todo es vanidad y caza de viento” (1,14), que nada puede darnos una vida plena y definitiva.  En la idolatría nos agarramos a las cosas y a las personas (a nosotros mismos, en ocasiones) como si de ellas dependiera nuestra permanencia en la vida, su gozo continuo y su valor. Sin embargo, antes o después nos encontramos con la realidad, porque nada ni nadie puede dar lo que no tiene. Aun así, solemos vivir fascinados por el brillo fugaz de las cosas, de las personas y de nosotros mismos, disfrutándolo con la angustia de perderlo o envidiándolo y resentidos por no poseerlo. Per...

FIESTA DE LA VIRGEN DEL CARMEN

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Se me dio un lugar

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DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Dt 30, 10-14; Sal 68, 14-37; Col 1, 15-20; Lc 10, 25-37)

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Demasiadas veces nuestra relación con Dios parece una transacción, espiritual, pero transacción. Y así no terminamos de separar nuestra relación con él de las trampas de nuestros negocios y Dios queda preso de nuestras miserias: “Te doy menos para no quedarme sin algo”, “No te doy porque no me caes demasiado bien”, “No llegas a lo que tienes que darme para que yo te dé”, y así podríamos seguir. Con frases que pensamos ante Dios (consciente o inconscientemente) o que pensamos que él piensa frente a nosotros. En el evangelio de hoy un maestro de la ley le pregunta cómo alcanzar (/ganar) la vida eterna) y Jesús le responde el doble mandamiento que conocemos de memoria, pero quisiera fijarme en que Jesús no le dice que así ganará o alcanzará algo, sino “Haz esto y así tendrás vida”. Para Jesús los mandamientos no son monedas con las que conseguimos que Dios nos dé algo que necesitamos, y por eso solo serían buenos para conseguir otra cosa, sino que son la forma de vida que abre las puertas...

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Is 66, 10-14c; Sal 65, 1-20; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12.17-20)

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En el evangelio de hoy escuchamos una afirmación sorprendente: “Sabed de todas formas que está llegando el Reino de Dios”.    Los discípulos han salido a anunciar la paz de Dios y la ofrecen. Esa paz que solo se encuentra al conocer el amor originario que nos ha creado y que nunca nos abandona porque somos “su mies” o, como dice Juan, “de los suyos”, seamos quien seamos. Una paz que solo se experimenta cuando perdemos el miedo a los otros y dejamos de sospechar de ellos, cuando por eso compartimos nuestra vida con ellos sin medida, cuando aceptamos el pan del otro sin peros, y a cambio le ofrecemos nuestro cuidado con generosidad. Cuando confiamos en que todo lo que entregamos en el mundo queda sembrado en el corazón de Dios y, aunque lo veamos perderse entre las olas de la historia, está protegido a la espera de manifestarse finalmente como vida eternamente viva en Dios. Esta es la paz que se vive al lado de Cristo cuando Cristo se convierte en fuente de vida común, la que ce...