Reflexiones sobre el domingo XXXIII (Prov 31,10-13.19-20.30-31; Mt 25,14-30)
Durante siglos el reparto de tareas
y de poder entre el hombre y la mujer ha hecho que esta no expresara todas las
posibilidades que Dios había puesto en ella. Esto explica por qué a muchas
mujeres textos como el del libro de los Proverbios que leemos hoy les producen
alergia y consideran que simplemente justifican el sometimiento. Siendo palabra
revelada quizá podamos buscar una forma de leerlos distinta que nos siga
hablando, como Dios siempre hace, para ensanchar nuestra visión y nuestras
posibilidades, sin justificar estados de sometimiento insanos.
Mi propuesta es leer este fragmento
como reflejo de las relaciones entre Dios y la humanidad, ya que en la mística
esponsal la mujer no representa a la mujer, sino a hombres y mujeres
indistintamente y a la Iglesia o a la humanidad en su conjunto.
En esta perspectiva esa mujer de la
primera lectura, sin justificar que las mujeres deban mantenerse en el trabajo
del hogar, se convertiría en imagen de un ser humano con tres cualidades
básicas, centrales en la vida cristiana: el cuidado del lugar donde se vive que
hace de él un lugar grato para todos (“hacendosa”), el que hace dar de sí los
bienes recibidos (“le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida”)
y el que no piensa solo en sí misma y en los suyos, sino que posee una mirada
de misericordia (“abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre”).
Por otra parte, se resalta que esta forma de vida proporciona una belleza
permanente, no como la que dan los juegos estéticos tan ensalzados en nuestra
cultura (“engañosa es la gracia, fugaz la hermosura”).
¿No coincide esto con la
espiritualidad que la humanidad necesita hoy? Se nos propondría una
espiritualidad que se acuerde hacendosamente de la tierra (ecológica), que no
olvide a los pobres (justa) y que haga que los talentos recibidos por cada uno
se multipliquen y den, de esta manera, gloria a Dios (agradecida y
responsable). Es esta forma de espiritualidad la que expresa la belleza de Dios
y de lo humano, en hombres y mujeres, y la que hace que la humanidad amada del
Señor se convierta en una “parra fecunda” que dé como fruto la eternidad del
amor recibido.
Pintura: Cristina Rodríguez, And, they lived happily in the garden of Eden
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