AHORA QUE SE HAN TERMINADO LAS VACACIONES
En cuanto a la segunda, las vacaciones nos recuerdan que lo que nos da valor no es la actividad productiva sin más, y que esta, si dejamos que absorba nuestra vida, termina por agotarla y deformarla. El mismo Jesús dice a sus discípulos: “Venid conmigo a un sitio solitario a descansar un poco”; y comenta el evangelista: “porque era tanta la gente y tantos los trabajos que parecían tener que afrontar que no tenían tiempo ni para comer”. Se nos puede olvidar por qué y para qué trabajamos, que lo hacemos para crear un mundo donde sea posible la vida humana en sus formas más sencillas y gozosas (digamos en un inciso que esto es francamente difícil en un sistema económico mundial lleno de injusticias estructurales). Es necesario el descanso, la vida natural, sencilla, serena que es lo que buscamos cuando volvemos al pueblo en verano, o cuando nos juntamos con amigos a tomar un café o unas copas mientras compartimos tranquilamente la vida que llevamos, o cuando hacemos más vida familiar, o cuando buscamos espacios de lectura, silencio y reflexión…
Ahora que se han terminado las
vacaciones es necesario tomar conciencia de que el ritmo anual de ‘trabajo
productivo - vacaciones’ se repite cada semana en su distribución en ‘días
laborables - fin de semana’, y quizá nos iría mejor si insertásemos también en
la vida diaria estas dimensiones de las vacaciones: el placer, el descanso y la
búsqueda del sentido de las cosas. Es necesario que cada día podamos
experimentar, en medio de los trabajos, las dificultades y los sufrimientos con
que la vida nos carga, algo que nos recuerde el placer de vivir; es necesario
que cada día descansemos lo suficiente, y tenemos que reconocer que, si es
verdad que el ritmo de la vida no siempre nos lo permite, a veces somos
nosotros mismos los que parecemos estar enganchados a la actividad; es
necesario que habitemos nuestro interior y que sea él quien nos ayude a discernir
y a decidir, para que no lo haga la inercia o los intereses implantados por
otros en nuestro corazón, y sobre todo para reconocer que todo está envuelto
por la promesa de vida del Señor.
Pintura: Dina Wakley, Silueta.
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