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Mostrando entradas de agosto, 2024

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (Dt 4, 1-2. 6-8; Sal 14, 2-5; Sant 1, 17-18. 21b-22. 27; Mc 7, 1-8a.14-15.21-23)

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Demasiadas veces leemos los evangelios como libros de historia y pensamos que describen simplemente los hechos que vivió y suscitó Jesús. Pero entonces nos separamos de su espíritu como si nosotros estuviéramos en otra época y fuéramos distintos de los personajes que allí aparecen, en especial de los que se describen como enemigos del Reino que anuncia Jesús. Sin embargo, hemos de escuchar el evangelio bajo la admonición de Natán al rey David: “Ese hombre eres tú” (2Sam 12, 1-7a). Porque no hay nada en los fariseos y en los escribas y en los sacerdotes judíos del evangelio que no esté en nuestra Iglesia y en nuestro corazón, por eso quedó consignado allí, para llamarnos permanentemente a la conversión. Así pues, es necesario tener cuidado cuando afirmamos que la Iglesia es santa, pues esto se refiere a que en ella Dios nos da su santidad y su fuerza para vivirla y no que, por eso, sus estructuras y nuestra vida ya sean buenas sin más. Todo debe pasar por el juicio del evangelio, toda

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO (Jos 24, 1-18; Sal 33, 2-23; Ef 5, 21-32; Jn 6, 60-69)

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  El evangelio siempre es demasiado grande para nosotros. Parecería que Dios mismo no ha medido bien las fuerzas que tenemos cuando nos ha querido vestir con él. Lo experimentamos a cada paso, si es que nuestra relación de fe se establece con Cristo mismo y no con esa caricatura que tantas veces hacemos de él para que quepa en nuestra vida.   Lo experimentamos cuando Cristo se pone delante y quiere vestirnos con su manera limpia de mirar a los que le rodean, con la gratitud de su corazón siempre referido al Padre, con su paciencia con el ritmo de la vida y de los hombres, con su misericordia frente a los que se acercan a él heridos por sus propias miserias, con la generosidad que empapa todo su cuerpo y su alma, con su esperanza incluso cuando ya no hay nada que esperar del mundo y parece que tampoco de Dios. Por eso, tengo la sensación de que la fuerza que tira de nosotros hacia fuera de la Iglesia no es tanto la que proviene de su mediocridad y del pecado de sus dirigentes. Qui

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO (Pro 9, 1-6; Sal 33, 2-3.10-15; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58)

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“¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. Esto es lo que se preguntan los que se enfrentaban a Jesús porque creían que estaba suplantando a Dios y ofreciéndoles su vida como salvación. Sin embargo, su pregunta denota que han entendido bien, pues eso mismo es lo que ofrecía Jesús. Me temo que los cristianos, por el contrario, demasiadas veces estamos de parte de Jesús sin haber comprendido del todo, sin percibir que es él mismos quien se nos da para habitarnos y revivificar todo lo que somos. Y la razón, creo, es que no es claro que queramos que lo haga. En la doxología que culmina la liturgia eucarística decimos: “Por Cristo, con él y en él…”, y todos respondemos “Amén”. Un amén la mayor parte de las veces tan débil exteriormente como interiormente. No es una cuestión de tenerlo que decir con una vida sin tacha, ¿cuántos lo podrían decir entonces?, sino de decirlo con un deseo y una entrega real al haber comprendido que solo en su evangelio está la vida plena. Es decir, después de h

FIESTA DE LA ASCENSIÓN DE MARÍA (Ap 11,19a;12,1. 3-6a.10ab; Salmo 44, 10.11-12.16; 1Cor 15, 20-27a; Lc 1, 39-56)

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Muchas mujeres a lo largo de la historia han contemplado cómo el dragón de la mentira, el odio y la violencia ha tragado el fruto de su vientre. Una situación que el pueblo de Israel veía reflejada en el llanto desconsolado de Raquel por sus hijos  (Jer 31,15) . Esta situación atraviesa el corazón de la humanidad en la que todos estamos acechados por este dragón que busca tragarnos o absorbernos en las filas de su ejército  (1 Pedro 5:8-9) . En esta guerra sin piedad en la que parece que la humanidad tiene las de perder, una débil mujer sin más arma que su esperanza en la palabra de Dios acepta ser madre y, sufriendo los dolores de parto en un mundo inhóspito que pareció abortar el fruto de su vientre, nos da a contemplar la victoria de la vida y la exuberancia que alcanza de manos de Dios. En la Ascensión de María, Dios manifiesta su victoria sobre los poderes de la muerte, haciendo ver que estamos hechos para la vida y que esto se realiza cuando acogemos en nuestro seno la presencia

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO (1Re 19, 4-8; Sal 33, 2-9; Ef 4, 30-5,2; Jn 6, 41-51)

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No es fácil acostumbrarse a la comida de otra cultura, y esto no es más que un signo de lo difícil que es adaptarnos a otras formas de vida. Tiene de bueno que los logros de nuestra cultura, la que sea, nos viene como ‘de fábrica’, y que apenas tenemos que hacer nada para recibirlos; tiene de malo que llevamos sus deficiencias como algo congénito.     Pues bien, nuestra cultura, hija en muchos sentidos del cristianismo, está habitada por dos tendencias buenas que al absolutizarse se deforman y nos hacen sufrir mucho: el amor propio y la dependencia de la mirada ajena (el amor de los otros). Una y otra son necesarias: nadie puede vivir feliz si no se ama a sí mismo y si la mirada de los demás no le recuerda su valor. Pero, si nos alimentamos solo de nuestro amor por nosotros mismos nos encerraremos en una burbuja de soledad, quejas y resentimiento; y si solo nos alimentamos de la mirada de los demás, intentaremos vendernos de continuo por un plato de lentejas, instalándose una insegur

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ex 16, 2-4.12-15; Sal 77, 3.4bc.23-24.25.54; Ef 4, 17.20-24; Jn 6, 24-35)

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Los creyentes pensamos que todo viene de Dios. Todos los bienes, los materiales y los inmateriales. Es verdad que a veces los poseemos sin que podamos decir que Dios ha querido que tengamos todo lo que tenemos y que algunos no tengan lo que necesitan, porque los bienes han quedado sometidos al dominio del hombre del que Dios esperaba que fuese justo, lo que parece claro que no hemos conseguido. En cualquier caso, los bienes son todos limitados en sus beneficios e incluso a veces tenerlos no significa nada, como cuando por ejemplo uno tiene comida suficiente y cualidades de cocinero, pero ha perdido el gusto por el COVID. Y es que los bienes que recibimos son bienes creaturales necesarios (aunque limitados) para resolver nuestra vida en el tiempo y, a la vez, sacramentos de la vida eterna a la que apuntan con los gozos que producen no solo en sí mismos, sino al compartirlos.   Y esto es lo que habitualmente no comprendemos aferrándonos a ellos desmedidamente como si pudieran crear en no