Hemos dado muchas cosas por supuestas en nuestra fe. Hemos dado por supuesto que Dios era evangelio y, por eso, olvidándonos de anunciar la alegría que trae, nuestras predicaciones se hicieron moralistas y terminaron por dejarnos delante de una Iglesia leguleya y un Dios juez. ¿Por qué estar en la Iglesia? ¿Por qué cumplir la ley de Dios? ¿Por qué esperar su presencia entre nosotros? Estas preguntas solo pueden responderse afirmativamente si presentimos la alegría que puede traer esa respuesta. Y esto es lo que nos toca buscar en el sobrado olvidado de nuestra fe. “Alégrate, regocíjate, llénate de gozo, disfruta con todo tu ser”, así se expresa Sofonías. “Gritad jubilosos”, continúa el salmo. Y san Pablo apostilla: “Estad alegres, os lo repito, estad alegres”. Pero, ¿es que el Señor no ve nuestros problemas? Pues claro que sí, nuestra alegría no es fruto de que tengamos un Dios que lo solucione todo, el “anti-grasas” perfecto, sino de que está de nuestra parte, de que su vida nos rod...