FESTIVIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Dt 4,32-34.39-40; Sal 32; Rm 8,14-17; Mt 28,16-20)

Acababa de nacer y ya en el primer paso se dio cuenta de que vivía no solo en el aquí y ahora, sino llamado por una inmensidad infinita de la que apenas si veía el horizonte. Si bien a lo largo del curso de su camino se dio cuenta de que no pocas veces andaba en círculos, algo le decía que allí en el horizonte estaba su hogar, su descanso, estaba un abrazo donde su ser más íntimo se encontraría consigo mismo. Y en un momento determinado le dio por hablar con ese horizonte e incluso creía atisbar señales de que también este horizonte le buscaba. Además, cuando fatigado prestaba atención al latido de su propio corazón sentía más allá de su movimiento una fuerza que no lo dejaba descansar y que estaba fuera de su control. Un aliento del que se nutría sin que tuviera que hacer nada. Que le devolvía de continuo a la línea del horizonte como destino de sus pasos. Un aliento que, de cuando en cuanto, le hablaba sin palabras invitándolo a no desistir cuando le cegaba su propia pequeñez,...